loader image

El marabino predestinado

Fue como si un ingenioso guionista hubiera querido que un gesto poético marcara para siempre la carrera del más grande pelotero que ha salido de Venezuela.

 

Luis Aparicio Montiel creció en Maracaibo como el hijo de una leyenda zuliana, Luis Aparicio Ortega, campocorto de Gavilanes, quien es considerado por muchos la primera gran figura nacional en la posición más emblemática del infield.

 

Aparicio “El Grande de Maracaibo” legó nombre y memoria al estadio de mayor capacidad en el occidente del país.

 

También legó a su célebre vástago el talento para sobresalir en los diamantes y, en un gesto imborrable, como quien entrega un testigo, también dio guante y bate aquel mítico 18 de noviembre de 1953, cuando el hijo recibió del padre la responsabilidad de mantener la propiedad sobre el short de Gavilanes, así como el apellido familiar en el lineup del club.

 

Ese Día de la Chinita comenzó el camino que condujo a Luis Aparicio al Salón de la Fama de las grandes ligas.

 

La carrera del inmortal marabino se desarrolló con la velocidad de quienes parecen predestinados. Ya en 1956 estaba en las mayores, tomando el puesto que hasta el año anterior ocupó el Chico Carrasquel en los Medias Blancas de Chicago. Meses después era proclamado Novato del Año.

 

Durante nueve temporadas consecutivas lideró la Liga Americana en bases robadas, un récord que persiste en el tiempo, y se convirtió en una de las caras más conocidas de su equipo, al que ayudó a a bautizar con el remoquete de “Go Go Sox” y a llegar hasta la Serie Mundial de 1959.

 

Torpedero también de aquellos Orioles de Baltimore que ganaron todo en 1966, y luego de los Medias Rojas de Boston, ya en la última parte de su carrera, Aparicio dejó una huella donde ninguno de sus compatriotas había alcanzado.

 

Se retiró en 1973 como el campocorto con más juegos disputados en la posición (2.581), asistencias (8.016), chances totales (12.564) y dobleplays (1.553). También era el shortstop con más guantes de oro a su retiro (9) y el que más hits había conectado al alinear allí (2.677).

 

No jugó tanto en Venezuela como sus compañeros de generación, durante el invierno boreal, pero tuvo tiempo para no sólo acaudillar al Gavilanes en la Liga Occidental; al desaparecer este circuito, se mudó al centro para emerger como la primera gran estrella criolla de los Tiburones de La Guaira.

 

La coronación de su carrera ocurrió en 1984, cuando vio colgar su placa en el Salón de la Fama de Cooperstown, con más de 84 por ciento de la votación. Allí espera por la llegada de un próximo compatriota.

El marabino predestinado

Fue como si un ingenioso guionista hubiera querido que un gesto poético marcara para siempre la carrera del más grande pelotero que ha salido de Venezuela.

Luis Aparicio Montiel creció en Maracaibo como el hijo de una leyenda zuliana, Luis Aparicio Ortega, campocorto de Gavilanes, quien es considerado por muchos la primera gran figura nacional en la posición más emblemática del infield.

Aparicio “El Grande de Maracaibo” legó nombre y memoria al estadio de mayor capacidad en el occidente del país.

También legó a su célebre vástago el talento para sobresalir en los diamantes y, en un gesto imborrable, como quien entrega un testigo, también dio guante y bate aquel mítico 18 de noviembre de 1953, cuando el hijo recibió del padre la responsabilidad de mantener la propiedad sobre el short de Gavilanes, así como el apellido familiar en el lineup del club.

Ese Día de la Chinita comenzó el camino que condujo a Luis Aparicio al Salón de la Fama de las grandes ligas.

La carrera del inmortal marabino se desarrolló con la velocidad de quienes parecen predestinados. Ya en 1956 estaba en las mayores, tomando el puesto que hasta el año anterior ocupó el Chico Carrasquel en los Medias Blancas de Chicago. Meses después era proclamado Novato del Año.

Durante nueve temporadas consecutivas lideró la Liga Americana en bases robadas, un récord que persiste en el tiempo, y se convirtió en una de las caras más conocidas de su equipo, al que ayudó a a bautizar con el remoquete de “Go Go Sox” y a llegar hasta la Serie Mundial de 1959.

Torpedero también de aquellos Orioles de Baltimore que ganaron todo en 1966, y luego de los Medias Rojas de Boston, ya en la última parte de su carrera, Aparicio dejó una huella donde ninguno de sus compatriotas había alcanzado.

Se retiró en 1973 como el campocorto con más juegos disputados en la posición (2.581), asistencias (8.016), chances totales (12.564) y dobleplays (1.553). También era el shortstop con más guantes de oro a su retiro (9) y el que más hits había conectado al alinear allí (2.677).

No jugó tanto en Venezuela como sus compañeros de generación, durante el invierno boreal, pero tuvo tiempo para no sólo acaudillar al Gavilanes en la Liga Occidental; al desaparecer este circuito, se mudó al centro para emerger como la primera gran estrella criolla de los Tiburones de La Guaira.

La coronación de su carrera ocurrió en 1984, cuando vio colgar su placa en el Salón de la Fama de Cooperstown, con más de 84 por ciento de la votación. Allí espera por la llegada de un próximo compatriota.